XLIII – Ella

Por la mañana, cada mañana, sale de la cama de un salto. Sube la persiana y la luz del sol toca su cara. Sonríe. Un día más, piensa, una nueva oportunidad para sentir, para reír, para hablar y escuchar, para ser…

Cada día por vivir es una victoria, sabe, un regalo imprevisible, un retrato en mil tonos o la música de doscientos violines o el sabor de una fruta de nombre imposible o un viejo cuento con nuevos personajes.

Por la noche, se deja seducir por la alegría, recordando entre las sábanas las sonrisas regaladas. El sueño la protege con brazos de plumas blancas y la oscuridad callada teje el día que será.

¿Y quien es ella? Podrías ser tú si quisieras.

Podrías ser la luz que acaricia sus mañanas o la risa que regala o las palabras que la besan en sus sueños o la música que acompaña sus pisadas o…

Podrías ser tú si quisieras.

 

XLII – Llueve

Fuera llueve. Marcan las gotas el ritmo calmado del final del día.

Yo escucho.

Oigo al menos. Si oyes palabras y canciones, sientes ritmos y caricias, pero no las comprendes, entonces es que no escuchas.

Toda sinfonía creada por una nube caprichosa tiene la misma estructura: vivo, adagio, largo y finalmente una exaltación del silencio. Fin. Tal vez es una metáfora de la vida, de nuestros sueños y deseos más profundos.

Todavía llueve. Más fuerte incluso que hace unas líneas. Ahora las palabras son más largas, más pesadas. El verso se hace elaborado y lento, como si fuera a dormir. Empiezo a comprender.

 

XLI – Para Mónica

Alma que sufre y al final duerme eterna
la que sonríe persigue su misma suerte
la lluvia no borra todos los detalles
ni las esencias en su frasco permanecen

Qué fue, sencilla sonrisa, sincera palabra,
alguien llegó a comprenderte?
Las palabras no valen la tinta que las sustenta
ni las lágrimas sirven para regar flores

Cuando el doloroso regalo que es el recuerdo
escriba una página llena de silencio
un verso infinito de primavera
una cansada canción sin melodía…

… entonces también te recordaré
que nunca llegará el verano

 

XL – Pequeña

Era menuda y andaba ligera, con mucha gracia. Yo caminaba distraído detrás de ella y cuando se giró para saludar a un coche que la pitaba vi su rostro. Qué mala suerte la mía cuando memoricé aquellos ojos oscuros, brillantes, gritando vida, cuando aprendí sus labios pintados de rojo sangre, delgados pero que se convirtieron en todo. Llevaba el pelo corto, como sólo algunas mujeres bonitas consiguen parecerlo todavía más.

Mi mirada perdió a mi mente y aparecí en un océano de versos, de breves olas rompiendo sin cadencia ni prisa sobre una playa olvidada. El viento despertando a la arena… despacio.

Cuando volví a respirar se había alejado unos metros. Sólo entonces intuí la silueta de su leve cuerpo a contraluz. Sus líneas dibujadas a tinta negra bajo una blusa verde oscuro y mi vocación perdida de ser barco y navegar para siempre persiguiendo un horizonte.

Llamó al timbre de un impaciente portal y su realidad se difuminó mientras entraba. Me dejó solo, con mis océanos, mis olas y una playa de arena que me quemaba los pies. Vacío.

La busqué intencionadamente en todos los lugares equivocados. Tal vez ni siquiera llegué a buscarla para no engañar una vez más a mi recuerdo.

 

XXXVI – Verso Fracasado

Soy un verso fracasado. Mis palabras se ahogan en el mar callado de tus lágrimas.

Fui canción. Una y otra vez una melodía se repetía hasta que dejó de significar algo, o se convirtió en el alma de un gigante silencioso.

Eres lo que yo era, todo lo que me perteneció algún día. Todos tus caminos son los hilos tejidos de mi abrigo. Un día volviste a mi lado.

Soy un verso ahogado. Mis silencios amanecen tras la noche oscura de tus dudas.

 

XXXIV – Hacerse un Hombre

Descubrió que era un hombre un domingo de octubre. Paseaba por la tarde entre unos pinos resineros que mostraban orgullosos sus antiguas cicatrices. Disfrutaba del aroma del monte después de la lluvia, de los tomillos y las jaras.

Saliendo un momento de su ensimismamiento se dio cuenta de que empezaba a oscurecer y miró el reloj.

Aquel viejo reloj con corazón de metal y alma de áncora.

Vio la hora, pero no hubiera podido decir si era pronto o tarde.

Parado, en mitad del camino, acercó el reloj al oído y escuchó por primera vez en mucho tiempo.

Comprendió que el tiempo, el tic-tac-tic-tac, no es otra cosa que un aviso de que la vida de un hombre se mide por la cantidad de instantes de los que ha sido consciente. Todos los momentos que pasaron de largo, sin afectarnos, no son otra cosa que lo que nos hace viejos.