XXXIV – Hacerse un Hombre

Descubrió que era un hombre un domingo de octubre. Paseaba por la tarde entre unos pinos resineros que mostraban orgullosos sus antiguas cicatrices. Disfrutaba del aroma del monte después de la lluvia, de los tomillos y las jaras.

Saliendo un momento de su ensimismamiento se dio cuenta de que empezaba a oscurecer y miró el reloj.

Aquel viejo reloj con corazón de metal y alma de áncora.

Vio la hora, pero no hubiera podido decir si era pronto o tarde.

Parado, en mitad del camino, acercó el reloj al oído y escuchó por primera vez en mucho tiempo.

Comprendió que el tiempo, el tic-tac-tic-tac, no es otra cosa que un aviso de que la vida de un hombre se mide por la cantidad de instantes de los que ha sido consciente. Todos los momentos que pasaron de largo, sin afectarnos, no son otra cosa que lo que nos hace viejos.

 

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