En el reloj de la vigilante catedral sonó la duodécima campanada. La noche era espesa, negra y pesada como un manto de alquitrán.
Los gemidos de placer de unos pocos parecían burlarse de los sueños sin esperanza de muchos.
En el reloj de la vigilante catedral sonó la duodécima campanada. La noche era espesa, negra y pesada como un manto de alquitrán.
Los gemidos de placer de unos pocos parecían burlarse de los sueños sin esperanza de muchos.