LIII – María

María era joven, pero no mucho. Lo suficiente para carecer de la experiencia que le hubiera permitido cambiar el curso de su historia; esa luz que te dice que abandones el camino que has comenzado a recorrer, que te sugiere que ni el destino ni el viaje merecen la pena.

Fue feliz cuando nació su primera hija. Casi del todo. Abrazaba esa mentalidad tan castellana de temer por el infortunio en tiempos de alegría. Así fue que una discusión con su hermana por un tema sin importancia (¿quién lo recuerda ahora?) se convirtió en excusa para su dolor y en carga perenne para su alma. El tiempo, en vez de ir desgastando el motivo de la riña, lo convirtió en pensamiento recurrente, una lupa con la que escrutar todo lo que la hermana hacía y encontrar siempre razones para quererla menos.

Al observarla con el nivel suficiente de detalle cualquier persona puede parecer un ser despreciable. Solo cuando miramos la imagen completa y nuestro corazón está dispuesto a la indulgencia podemos rodearnos de amigos y amar.

Pasaron 4 años y dos hijas más, y a pesar de vivir en una casa llena de risas, María se fue volviendo cada vez más desconfiada y amargada. El odio había anidado dentro de ella y ya no era solo la hermana por quien sentía aversión. Se sumaban a esta lista viejos amigos, compañeros de trabajo, familiares e incluso desconocidos. Solo quedaban fuera de su desprecio las hijas y su padre, a quien a pesar de todo no perdonaba que no hubiera tomado partido por ella frente a su hermana.

Una antigua leyenda de los indios americanos, cuenta que un guerrero lloraba la muerte de su amada a manos de una terrible enfermedad. Ante la impotencia de no tener un enemigo de quien vengarse lanzó con todas sus fuerzas una flecha contra el cielo azul y la flecha lo perforó. El pequeño agujero fue haciéndose grande y con él llegó la oscuridad que originó la primera noche.

La rabia crece y se convierte en odio. El odio crece y se convierte en oscuridad. Así fue como María se convirtió en un ser amargado y oscuro. Cuando murió su padre ya no le quedaba nadie con quien compartir su dolor. No hay nada peor que la soledad cuando no la buscas.

El odio es un animal insaciable. Cuando no tiene a quien atacar se vuelve contra sí mismo y se devora.

María era mayor, pero no mucho. Lo suficiente para no saber cambiar.

 

LII – Inocencio

Lloro cuando recuerdo su mano en mi cara. Entonces reía. Era ciego y mayor pero reconocía mi voz aunque lo visitaba apenas un par de veces al año. Recuerdo su rostro, arrugado y pálido. Recuerdo su maquinilla eléctrica de afeitar y los paquetes de tabaco de color naranja. Con el paso de los años dejó de reconocerme, se fue apagando y murió. Recuerdo que mi tía llamó por teléfono y lloré.—No llores —me dijo— era ya muy mayor —. No fui capaz de responder. 

Llorar nos hace grandes. Hace que no olvidemos lo que somos. 

Recuerdo el pequeño transistor, siempre junto a su oreja. Ojalá lo tuviera. Lo guardaría como un tesoro. A veces guardamos cosas porque nos recuerdan a las personas. Sirven para recuperar imágenes y sonidos del pasado. Pero son solo cosas. Su cachaba de madera. Su boina negra.

Cuando murió, su habitación sin ventana volvió a formar parte de la vida de la casa. Yo era pequeño, pero cuando me preguntaron si quería dormir allí no tuve miedo. Se convirtió en uno de mis lugares favoritos del mundo. Lejos de todo, menos de mi. En aquella habitación oscura soñé como nunca he vuelto a soñar. Descansé hasta que el mundo entero parecía asequible. Recuerdo el sonido del motor del frigorífico que estaba fuera, en el pasillo.

Los libros en los que aprendemos las lecciones importantes de la vida no suelen tener muchas páginas. A los ojos de los demás suelen pasar desapercibidos.

Llorar nos hace pequeños. Quita la carga que llevamos sobre los hombros.

Puedo hablar poco más de él. Ya he dicho casi todo lo que recuerdo. Apenas nada. Pero si pudiera abrir mi corazón, volcar mis sentimientos… no podría dejar de escribir. Soy por él.

Recuerdo una piedra. Era una piedra blanca con forma de cubo imperfecto, del tamaño de un balón, desgastada por el uso. Tal vez él la usaba para sentarse, no lo recuerdo, pero era su piedra. Igual que su traje negro y su camisa blanca, eran lo que él era.

Recuerdo tu mano en mi cara y tu voz.

 

LI – Soledad

Un día descubrí que la soledad que tanto pretendía me abrazaba, pero había cambiado de cara, de esencia… No era ya la soledad de los poetas, la del silencio y la lectura sosegada, la de la inspiración y el descanso que aguardaba con paciencia. En algún momento, sin que lo percibiera se convirtió en incomprensión y desencaje, en afonía y en ruido blanco.

Me alejé tanto que ahora no puedo volver al camino. Solo me queda aprender a vivir sin esperar nada, sin reclamar nada, solo.

 

L – 32 de diciembre

Una palabra que me toque muy dentro, un beso de los que hacen olvidar, un empujón firme que me lleve hasta el cielo, una caricia descuidada, una risa sincera, un verso sin rima, una fuente de lágrimas compartidas, un abrazo que me rompa las costillas. Saber que si cierro muy fuerte los ojos, cuando los abra, se habrán ido los monstruos.

Aunque sea mentira.

Desprenderme de lo que queda, que no es poco, que no es bastante. Dejarme llevar, olvidarme de nadar. Oír sin escuchar.

Querer, amar, llorar, como si siempre fuera 32 de diciembre.

 

XLIX – Lo que me has enseñado

Cuando llegaste tuve que romper muchas páginas de verdades y borrar lecciones aprendidas. Descubrí que no hay límite para querer, que siempre se puede amar más, y a más. Que otras versiones de cualquier historia son posibles. Que la vida son innumerables y complejos puntos de vista sobre algo tan sumamente sencillo que jamás lo comprendemos.

Me hiciste recordar que cuando dices “te quiero” muchas veces, no solo no deja de valer, sino que crece y lo ocupa todo. Que los enfados deben ser breves, las risas inesperadas y los abrazos infinitos. Que la nieve puede dar miedo y un oso de peluche es lo más importante del mundo.

Aprendí que no sé nada, que es una gran fortuna asomarse a un universo por descubrir y hacerlo contigo. Que el móvil me roba el tiempo y leerte un cuento me hace más joven.

Y recuperé el miedo. A que te marches, a que enfermes, a que crezcas, a que ya no me quieras… Pero también me has enseñado que el miedo solo existe cuando hay algo que te llena y que merece la pena. Es el precio que debemos pagar por amar.

 

XLVIII – Una sonrisa

Comenzó con una sonrisa. Después todo quedó oculto bajo capas de esperanzas que se fueron. El tiempo erosiona lo que podía haber sido, dándole forma al futuro a través de la imagen cambiante del pasado.

Todo comenzó con una sonrisa y cuando los te quiero se convirtieron en silencios dejaron de tener sentido los besos.

El amor no es un regalo, es el pago por una espera, por cada lágrima vertida y cada noche sin dormir.

 

XLVII – Leer la tristeza

Aprendí a leer la tristeza detrás de la sonrisa. Los ojos nunca mienten y en ellos se encuentra todo, hasta lo que ni siquiera su dueño intuye. La sonrisa comunica, se contagia, engaña, aunque casi siempre se vive mejor en una ilusión que en la certeza de una realidad sucia y gris.

La sonrisa sincera llena el alma sedienta de quien la descubre. Es una fresca lluvia de primavera que borra o aligera, aunque sea momentáneamente, las cargas y preocupaciones. Pero no hay agua que permanezca en la tierra más allá de unos minutos, horas, días. Y el reseco regresa, implacable, borrando cualquier dicha.

Miro tu foto, sonriente, joven, bellísima. No te conozco, pero sé que un enorme vacío te amenaza, un abismo al que te asomas cada mañana sin saber (o sin querer saber) cómo salvarlo. Tu sonrisa da vida a quienes te rodean, pero hace cada día más profunda tu tristeza.

 

XLVI – Fin de año

La fiesta de fin de año distrae a los vacíos de alma, y a los que no quieren recordar. Todo aquel que se asoma a su interior descubre que el tiempo pasa y que las oportunidades nunca vuelven. Puede que el próximo año no sea el último, pero seguro que tampoco es el primero.

Los ilusos y los soñadores hablan de nuevas oportunidades, pero tarde o temprano descubren que son tan solo puertas cerradas. La única verdad es que cada vez estamos más lejos del inicio y más cerca del final de una partida en la que siempre se pierde.

Así que celebra, disfruta y ríe, porque no te queda otra que olvidar.

 

XLV – The Times They Are A-Changin

Dylan suena y me estruja el alma. Algunos dicen que hoy es un día para sonreír, pero tengo ganas de llorar. Las expectativas siempre superan a la realidad, para bien y para mal. The times they ain’t a-changin o al menos no como deberían.

Yo no podría hacerlo mejor, por eso no hago nada. Por eso simplemente espero, mirando a través de la ventana cómo transcurren los días. Mi pequeña va haciéndose mayor y el mundo sigue siendo una mierda. Tal vez ella se convierta en una mujer capaz de cambiarlo todo. ¿Puede ser una persona valiente si su padre es cobarde?

En el fondo sé que no hay nadie capaz de cambiarlo todo. No te preocupes pequeña, no te cargaré con esa responsabilidad.

Sé que no soy cobarde, que son las pequeñas cosas las que mueven el mundo. Sé que estoy en el buen camino y no estoy solo. Seguiré intentándolo. Más. Por ti. Por mi.

Y lo más importante, sé que el mundo no es una mierda, sino algo maravilloso.

Aunque en días como este, parece que nada ha cambiado, merece la pena recordar que todo proceso lleva su tiempo.

The Times They Are A-Changin, yes they are.

 

XLIV – Podría ser mejor

Amanece un día triste, como triste ha sido cada día de los últimos dos años. La rutina de cada mañana, las caras grises y los camiones blancos de reparto descargando la prensa y el pan.

Después, una jornada de trabajo sin importancia. Cuatro duros que se irán en pagar el alquiler de una entreplanta húmeda y vacía de recuerdos y la comida infame del restaurante barato de menú al que va a diario.

Podría ser peor, se dice. Podría faltarme un lugar al que volver cada tarde. Podría no tener un televisor donde escapar de todo durante un par de horas cada día. Podría ser peor. Y con ese pensamiento apaga la lámpara de la mesilla de noche sin temor a que la oscuridad de la habitación no se desvanezca la mañana siguiente.

Mientras tanto, alguien escucha a Van Morrison en una vieja radio a pilas y revive sensaciones de un viaje al norte, lejano en el tiempo.

***

Un nuevo día. La ciudad comienza a escribir una página en blanco de historias y encuentros. Puede que no llueva, o sí… El agua se lleva la suciedad y enjuaga las penas.  Hace ya mucho que se marchó.

A media mañana el descanso para tomar un café y llenar el tiempo con las cosas que no son importantes, pero qué es importante? La mayoría de las cosas que se pueden comprar son innecesarias. Lo trascendente es gratuito, como la risa o los abrazos. Un abrazo.  Una fortuna.

Mi cama es mi hogar. No quiero más patria que mi almohada. Cada noche vuelvo a casa, cierro los ojos y espero a que el sol me despierte.

Ayer me dijeron que el vecino de arriba ha dejado el piso. Metió algunas cosas en su viejo Seat y se marchó.

Smell the sea and feel the sky
Let your soul and spirit fly
Into the mystic *

***

A veces no es necesaria una razón para ser infeliz, basta con despreciar un motivo para sonreir.

* Van Morrison –  Into the Mystic