XXV – Redención

El camino comenzaba a hacerse cada vez más abrupto y el grupo avanzaba más despacio. Si los cálculos del líder no eran erróneos aún tardarían cuatro jornadas en ver a lo lejos los campos ya cosechados y las viviendas más alejadas. Pero no sería hasta el siguiente día que llegarían a su destino, el pequeño poblado entre las montañas y sobre todo el viejo monasterio en el que pasarían el resto de sus vidas.

Sus cuerpos jóvenes, cansados de caminar, apenas se quejaban. Al contrario, disfrutaban de aquella su última gran aventura.

Sus almas viejas, también cansadas, no encontraban el momento de redimirse y rendir cuentas ante instancias más elevadas.

Cuando la noche llegó, el grupo descansaba en un refugio improvisado entre unas grandes rocas. El silencio que les acompañaba se hizo más patente cuando las estrellas aparecieron y sólo el antiguo verso de una pequeña hoguera parecía seguir con vida.

 

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